Han pasado algo más de 11 años desde
que la Ruptura de los 25 apareciera públicamente en el país. En
ese momento llevábamos casi una década de inestabilidad política, crisis
institucional y una gran desconfianza en la política y los políticos –una buena
parte de ella relaciona aún a la gran cris financiera del año 99-. Irrumpimos
preguntando ¿Quién jodió al país? … y ¿Qué harías tu para cambiar al Ecuador?
Convencidos de la necesidad de
participar en la política, decidimos formar una organización seria, más allá de
los caudillos o dueños de partido. En ese entonces nuestro país, el Ecuador del
2006, debía elegir presidente entre un magnate bananero y un joven tecnócrata,
al cual no apoyamos en primera vuelta; pero ante la encrucijada, tomamos posición
y respaldamos su candidatura.
Colaboramos con el gobierno de Rafael
Correa, participamos activamente en la elaboración de la Constitución de
Montecristi, apoyamos en distintos espacios de acción política y de gestión;
procesamos –en público y en privado- diferencias de principios, de decisiones,
de programa. siempre dijimos lo que pensamos, lo hicimos orgánicamente,
creyendo que las construcciones colectivas son en esencia más importantes que
las individuales. Retiramos nuestro apoyo al oficialismo en el 2011 y
renunciamos a todos los cargos de designación, cuando las diferencias
ideológicas marcaron un punto de quiebre respecto a la democracia y el papel
del Estado: nos alejamos cuando el gobierno propuso la primera reforma de la
Constitución que había jurado cumplir y defender. Lo hizo para “meterle las
manos a la justicia”, lo que para nosotros anticipaba no sólo una gran
afectación a una ya débil institucionalidad democrática sino también un mensaje
de impunidad para unos y la amenaza de persecución para otros. Con la victoria
estrecha del sí, el gobierno convirtió las dudas en realidad. Ese fue el
momento de quiebre irreversible del gobierno eliminando límites al poder y
abusando de él. No podíamos participar en esa forma de hacer política.
El 2012, luego de superar las trabas
del Consejo Nacional Electoral, logramos registrarnos como organización
política nacional, nos presentamos como opción electoral en el 2013 en 14
provincias del país, los resultados fueron el reflejo de un país polarizado en
el que no había lugar para los matices, pero que no nos quitaba el sueño de
seguir creyendo que otros momentos llegarían para que nuestras propuestas
tuviesen cabida y respaldo ciudadano.
El año 2014 el CNE de manera
inconstitucional e ilegal nos disolvió y arrebató el registro electoral. El
caso ha sido presentado a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y un
día se establecerán responsabilidades y responsables también de ese abuso.
No intentaremos reinscribir el
movimiento aunque, tras una profunda reflexión hemos decidido continuar en la actividad política.
Hoy cerramos un capítulo de nuestra acción política para abrir otro que se
corresponda con un momento y una realidad distintas a la de hace 11 años.
Creemos en la necesidad de constituir un frente de mayor amplitud, con valores
democráticos sólidos, que vaya más allá de aventuras electorales; que concentre
las lecciones de este periodo, que se esfuerce por no seguir repitiendo los
ciclos a los que el Ecuador está acostumbrado. El camino no puede ser recurrir
a nuevos o viejos caudillos.
Hoy el país es distinto, no es la
ausencia del Estado la que recorre sus calles y nuevas carreteras, es su
omnipresencia la que nos acompaña. El gobierno nos demostró su incapacidad para
administrar la bonanza y el poder, nos fue poniendo entre encrucijada y
encrucijada, entre el “bien y el mal”, y creemos que hay mucho que discutir,
que criticar y que rescatar en el espacio que queda entre los extremos.
El mundo, el continente, cambió
vertiginosamente esta década, la izquierda tuvo su oportunidad histórica de
reconstruir la región, lo que ocurre en Venezuela, Brasil, Nicaragua y el propio
Ecuador, nos ha mostrado que hay comportamientos que no dependen de la
ideología; que si el poder no tiene límites su ímpetu no se detiene, toma forma
de desastre y culmina por reconstruir el pasado en forma de modernidad.
Para quienes hemos construido y
pertenecido a la Ruptura de los 25, la organización política nunca fue un fin
en sí mismo, siempre fue un mecanismo para la disputa política, para la lucha
ideológica, para el debate serio y responsable, enmarcada en los más altos
valores democráticos, para disputar y lograr el poder, pero el poder como medio
para transformar el país hacia uno mejor para todos y todas. Hoy cerramos el
ciclo; nos proponemos reinventar la forma de organizarnos, replantear nuestros
programas y propuestas, ser lo suficientemente autocríticos para reconocer que
la democracia exige más renunciamientos, y que el país transita por los bordes
de una nueva crisis y que para resolverla no se trata de acordar con nuevos o
viejos caudillos, hay que lograr un gran acuerdo nacional que nos ayude a
aprender de las experiencias para salir definitivamente de estos círculos
viciosos a la que la acción política parecería condenarnos. Es en esta construcción que pondremos nuestros esfuerzos en
este nuevo momento, ¡esperamos reencontrarnos con quienes hemos compartido
sueños y esperanzas y también con muchos nuevos compañeros de camino!